Una noche en el hospital...


Siempre he odiado los hospitales. De hecho, nunca me ha gustado ese olor tan extraño que tienen, como a enfermos, como a muerte. No me gustan porque además, no me causa ningún placer ver a gente sufrir por sus dolores, enfermedades, sangrando heridas, delirando, en el último suspiro. Simplemente, son cuadros de la vida, que preferiría omitir de mi vista. Y precisamente por eso fue que no quise estudiar Medicina, la carrera con que soñaba desde niña (ah! Claro, creo que todos algunas vez quisimos ser doctores cuando pequeños), porque no soporto ver a gente sufriendo, entro en un estado de shock que no me permite hacer mucho frente a esos casos.

Cuando me enfermo, siempre trato de resolver mis enfermedades primero desde la casa, con medicinas tradicionales (sí sí, ya sé, no me regañen por automedicarme) y hasta siguiendo los consejos de mi abuela que siempre tiene un remedio natural para cada dolor y enfermedad. Cuando la cosa se complica, pues ahí si toca correr a ese sitio que tanto odio: el hospital.

Ayer, a la medianoche, le tocó a mi mamá correr conmigo al hospital, por un terrible dolor en la parte baja del vientre que me provocaba unas inmensas ganas de permanecer en cuclillas todo el tiempo, un dolor tan terrible que no me dejaba pensar, que me desató una cascada de lágrimas que salían solas sin necesidad de esforzarme porque se derramaran. El trayecto de mi casa al hospital, se me hizo eterno. Tenía ganas de decirle al taxista que colocara el “turbo” y así llegar más rápido al hospital. Pero bueno, no se pudo, y hasta tocó aguantarse las continuas paradas en los semáforos que a esa hora por lo general, nadie presta atención, pero que a raíz de las cámaras que instaló el Distrito para “cazar” infractores, los conductores prefieren respetar por miedo a que luego les llegue un correo a sus casas con la foto del momento de la infracción y avisándole que tiene que pagar la sumas de $250.000 pesos en mínimo 48 horas, y si no, la multa va subiendo.

Por fin, llegué al hospital y mientras yo me retorcía del dolor, mi madre se encargaba de realizar todo ese “protocolo” en la recepción, de nombre, dirección, EPS, etc. Por momentos, me daban ganas de mentarle la madre a la recepcionista, ¿acaso esa estúpida no estaba viendo lo mucho que me dolía? Lo único que quería es que el médico me viera pronto y me inyectara algo que calmara ese dolor tan terrible que tenía.

Después, otro “protocolo” más, a pesarme y hacerme las típicas preguntas, ¿cuándo fue la última menstruación? ¿no tiene retrasos? Pues ¡NO! Estúpida, no estoy embarazada y ya deja de preguntarme que no aguanto el dolor, me tocaba decir telepáticamente a la enfermera que parsimoniosamente jugaba con mi angustia y desesperación. Por fin, me remitieron a observación y llegó un médico buena gente que me examinó y pues por los síntomas dedujo que tenía “Cistitis aguda” producida muy seguro por una infección urinaria, y ordenó a una enfermera colocarme una inyección en la vena para calmar mi dolor.

A esa hora, muchas personas estaban en URGENCIA (que de “urgencia” solo tiene el nombre) y me tocaba escuchar a mis “vecinos” quejándose de sus dolores, un loco que se estaba quitando la dextrosa y todos los aparatos que tenía, las enfermeras peleando con pacientes intransigentes, escuchando los dictámenes de otra gente que estaba más grave que yo, soportar ese frío tan tenaz, típico de los hospitales, ese olor, ¡ay! Ese olor a hospital tan horrible. Yo acostada en mi camilla trataba de no pensar. De escaparme un momento de ese lugar que tanto odio. Mi mamá rendida del sueño se acurrucaba junto a mí y me preguntaba si ya se me estaba pasando. Cerré los ojos con la ilusión que el dolor desapareciera pronto, pero el tiempo transcurría más lento de lo normal, y así lentamente sentía yo que me estaba haciendo efecto la inyección.

Por fin sentía que el dolor desaparecía. Me quedaba una leve molestia pero ya lo peor había pasado. El médico me recetó un tratamiento que debo seguir para mejorar. Sólo debía esperar un ratico más a que se me pasara del todo, pero en realidad yo quería salir corriendo para mi casa. Con esta experiencia corroboré una vez más, el odio que tengo hacia los hospitales y nuevamente cuestiono la calidad del servicio al cliente de los mismos. Cartagena está muy grave en el área de recursos hospitalarios y sector salud. Pero solamente, nos volvemos más conscientes de este problema, cuando nos toca acudir a que nos atiendan de malagana en un hospital. Cuando nos toca aguantarnos el dolor y rogar a Dios porque no nos dejen morir.

Comentarios

  1. Pues te puedo decir que he trabajado en hospitales y tambien he sido paciente, y creo que es fundamental que el personal medico no pierda sus sensibilidad es como un juego de tira y jala ni mucho ni poco. De un hospital nunca olvido la molestia que me genera una aguja fria de una intravenosa en la mano, horribleee

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  2. Sr. Gerente...fue una "Cistitis aguda" provocada por infección urinaria...!

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  3. es que mi sector salud, deja mucho que desear algunas veces. Toca rezar pa' que contemos con suerte.

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