En la ciudad de los paragüas...


Hoy es un día soleado, de esos pocos que suele haber en Bogotá, la capital colombiana. Y se siente bien esa combinación de frío y calorcito, de verdad, resulta muy agradable, especialmente para aquellos seres que nacimos a orillas del Mar Caribe y que por circunstancias de la vida ahora somos parte de esta caótica, gris y fría ciudad que nos acoge como los extraños alegres que somos.

El 7 de febrero de 2011, a las 10:40 p.m. arribé a la famosa “nevera” procedente de Cartagena de Indias, tierra hermosa y calurosa, en un viaje tan improvisado como inesperado, porque una llamada a las 4 de la tarde de ese mismo día, me indicó que al día siguiente debía presentarme a una entrevista de trabajo a las 8:45 a.m. Era la oportunidad que estaba esperando: un cargo importante en la mejor universidad privada del país, cómo desaprovecharla.

Así que cargada de la mejor energía y de todo lo que te toca empacar cuando cambias de ciudad, con una rara sensación, porque todo fue tan rápido que no hubo tiempo para despedidas, ni nostalgias, ni nada, simplemente unas cuantas lágrimas que lograron salirse cuando por la ventanilla del avión me despedía de las luces de mi ciudad amada y de sus paisajes nocturnos sin saber cuándo las volvería a ver. ¡Ah! Y por supuesto porque dejaba en mi terruño a las personas que más amo sobre la faz de la tierra: mis viejitos lindos, mis abuelitos.

Pero bueno, el reto ahora era demostrar todo mi talento profesional y humano, y conseguir el objetivo: ganar el puesto. Así que a las 8:30 a.m. (15 minutos antes de la hora citada) del día programado, me hallaba sentada en aquella salita de la Oficina de Gestión Humana esperando que me indicaran que debía hacer. Y noté como fueron llegando otras personas, con actitud de ganadores, que venían para lo mismo que yo.

Después de la primera entrevista y las pruebas iniciales, me di cuenta que tenía todo para conseguir el puesto, así que con cero nervios, afronté las siguientes entrevistas y las siguientes pruebas, y así sucesivamente, durante tres semanas de ir y venir, de hablar de mi experiencia laboral, de por qué me había arriesgado a venir a una ciudad extraña a la que solo en repetidas ocasiones había venido de vacaciones y a congresos, de demostrar que efectivamente, era la persona indicada para el cargo, de enfrentarme con personas preparadas al igual que yo, llegó el momento final, la entrevista decisiva, en la que quedamos sólo 2 personas, de 140 que inicialmente enviaron su hoja de vida para postularse al cargo. Y ahí estaba yo, orgullosa por haber llegado a esa instancia, porque mi esfuerzo estaba valiendo la pena.

Esa última entrevista fue con una máxima autoridad de la universidad y una vez salí de ahí, sentí la misma sensación que tuve cuando me hicieron la entrevista en la Universidad que estudié mi carrera para darme la beca con la que me pude formar como Comunicadora. Y así fue, llegó la llamada ganadora: “Felicitaciones Srta. Brú, usted ha sido seleccionada para el cargo…”. La felicidad que me embargaba era indescriptible, mi familia y amigos emocionados por la buena nueva, de verdad un gran logro a nivel personal y profesional.

El 1 de marzo inicié mis labores con muchas expectativas y ganas de demostrar por qué había sido seleccionada para ese importante cargo, que no quedara duda que no se habían equivocado en la elección. Tengo que decir, que es lo mejor que me ha pasado en este año. Amo mi trabajo con pasión, estoy haciendo lo que más me gusta, disfruto cada cosa que hago. Mi jefa y compañeros de trabajo han sido un gran apoyo para que mi acoplamiento sea efectivo, incluso, he sobrepasado expectativas, ya que he aprendido con facilidad procedimientos de sistemas que me toca manejar que parecen complicados, pero a la final, no lo resultan tanto. Me he retado a mí misma para cumplir con todas las responsabilidades del cargo (que son muchas por no decir demasiadas) y con mi trabajo ayudar al cumplimiento de los objetivos de mi departamento. Y lo he logrado, tanto que hoy por hoy me siento muy orgullosa de la excelente profesional que soy y de todo lo que estoy aprendiendo a través de esta nueva experiencia.

Y así como me estoy acostumbrando a mi trabajo, también me estoy acostumbrando a esta ciudad. El frío bogotano es amañador, aunque hay momentos cuando cual niño pequeño se vuelve insoportable. Digamos que es un clima bipolar: cuando empecé a escribir este post había un sol radiante hermoso, ahorita en estos momentos, ya se ha nublado un poco y empiezan a caer unas tímidas gotas de lluvia. Y así se la pasa. Claro, he disfrutado de fines de semana con un sol espectacular y cero lluvias, los cuales aprovechamos con mi familia y vamos a recorrer parques, centros comerciales y otros tantos sitios de interés que tiene esta metrópolis.

He aprendido a cantar bajo la lluvia capitalina nocturna, cuando de regreso a casa, después de un día de trabajo, la lluvia arremete y se empecina en ser mi acompañante. Desde el 5to piso de mi lugar de trabajo, miro por la ventana el festival del paragüas: se le tiene de todos los colores y formas. Ahorita están muy de moda los de bolitas de colores, un style muy “retro”, pero sin duda, el color que más abunda es el negro.

Y así es Bogotá, una ciudad oscura, muy gris. Los colores que más abundan por las calles en la vestimenta de las personas son el negro, gris, azul oscuro, café y morado. Los colores cálidos, propios de la tierra que me vio nacer, escasamente se ven en estos lares. Las personas son igual de frías aunque no te niegan el saludo. Será por eso, que tengo un club de fans por acá que viven encantados con mi alegría, espontaneidad y particular manera de hablar y tratar a las demás personas. Es que el calor humano del costeño es inigualable, tú resaltas dentro de ese grupo de personas monótonas y de poco sonreír. Claro, no generalizo. Gracias a Dios me he topado con “cachacos” alegres y de buen ambiente, que me han recibido muy bien, y ayudado bastante en este proceso de adaptación.

Me gusta Bogotá, pero extraño y no olvido nunca a mi Cartagena del alma. Lo que más me hace falta es mi gente y su calor humano, los colores de mi ciudad, brillantes y esplendorosos, la panorámica cartagenera, sus murallas, las callecitas del Centro Histórico, su estilo colonial, la comida y música caribeña, el vacile y sabor de la gente al hablar, caminar, cantar, el sol, en realidad, el sol no me hace mucha falta, pero sobre todo, mi amado Mar Caribe, el sentarme a cazar atardeceres sobre un Baluarte, el sentir el murmullo del mar aconsejándome y transmitirme la tranquilidad que por momentos me faltaba. Eso es lo que más extraño de mi ciudad.

Muy pronto visitaré a mi ciudad aunque será por pocos días. Por ahora, seguiré disfrutando de los momentos que la vida me brinda en esta nueva ciudad caótica como toda ciudad grande, donde se tienen ventajas al igual que desventajas, donde el sol casi no se aparece, donde cada día al caminar tienes que aprender a esquivar al de al lado, porque te puedes tropezar, y si miras desde arriba, apreciarás la feria de colores que hay allí abajo, cada quien con su paragüas, que en esta ciudad no es una opción o accesorio de ocasión: es un elemento de primera necesidad.

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Comentarios

  1. Pareciera que fuera la despedidas definitiva a tu ciudad del alma pero aja, el escalón que has subido lo amerita; logros profesionales, porque pa'eso estudiamos - frase que deja aquí de ser un #vacile - para crecer en el día a día, alcanzados y una actitud superpositiva te hacen especial

    Un abrazote y que sigas asi de positiva en esta realia dura que nos ha tocado

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  2. Me sentí Plenamente identificado con este Post.

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