Una cita con el mar...
Hoy no fue un día fácil. La mañana estuvo complicada, bastante. Problemas salían de donde menos lo esperaba, de dónde nunca los había buscado. Sentía una impotencia profunda, un dolor desgarrador en el pecho, ganas de llorar, de gritar, de pelear contra el mundo, que parece esmerarse en quererme quitar los momentos de felicidad que la vida me regala y a los responsables de esos momentos.
No sé. Fue una mañana bastante extraña. Quería morirme, quería desaparecer, quería abrir un hueco y no salir nunca más. Nada conseguía animarme. Ni siquiera las canciones que siempre suelen colocarme una sonrisa en la cara, por más gris que parezca el día.
Quería desahogarme y no podía. Una terrible presión en el pecho que no me dejaba respirar tranquila, tantas cosas dando vueltas en mi cabeza, que llegué a sentir por momentos que me enloquecía. Hubiese sido capaz de autoponerme una camisa de fuerza.
Escribí unas cuantas locuras en alguna red social a la que pertenezco. Por ello, ya recibí varios regaños de mis “seguidores” quiénes se alcanzaron a preocupar por la “gravedad” de lo que allí aparecía escrito. Sinceramente, no medí el nivel dramático de lo que puse. No hubo tiempo ni cabeza para ello. Pues sí, la “Drama Queen”, esa soy yo.
No almorcé. El hambre no apareció por ningún lado. No quería nada y así intentara comer, todo me sabría a muerto. Así como me sentía yo. Como quería estar.
Salí a la calle sumergida en un letargo espantoso. Miraba a todo mundo con cara de pocos amigos. Me coloqué mis gafas de sol para que nadie mirara mis ojos tristes y las lágrimas que solas, sin mi permiso, se derramaban.
Como todos esos días negros, en lo que todo sale al revés, el mío no podía ser la excepción. Llegué a reclamar unos exámenes médicos que debían estar listos desde el viernes y resulta que no, que hacía falta uno, y para colmo, en unas horas tendría la cita con el médico que los revisaría. Como faltaba poco para llorar a moco tendido, la niña entendió que debía darme los exámenes YA, en el acto y así lo hizo.
Metí las hojas en el bolso como fueran, no me importaba si se arrugaban. Crucé la calle bajo el inclemente sol cartagenero, que trataba de llamar mi atención con todo su esplendor, pero ni eso quise notar. Tomé el bus y me dirigí hacia mi destino. En el trayecto iba pensando en todas las cosas que me habían sucedido. Hice un esfuerzo por no pensar más y me quedé dormida un rato.
Cuando desperté, me encontré inmersa en un trancón inmenso a la entrada de Bocagrande, provocado por un accidente entre dos busetas de servicio público. Los carros parecían congelados, no se movían ni un centímetro. Mi desesperación se hizo mayor, miré el reloj pensando “voy a llegar tarde a la cita”. Pero tampoco tenía los ánimos como para bajarme y caminar las 10 cuadras que me hacían falta para llegar y con ese sol de 3 de la tarde, menos. Así que esperé paciente a que el nudo se desenredara y después de media hora llegué a la cita, justo a tiempo.
Estoy bien, sana. Gracias a Dios no tengo nada, mis riñones están perfectos. Es una buena noticia, pero mi tristeza no me permite celebrar. El urólogo tal vez notó mi rostro desencajado y me dijo: hey, alégrate, no hay nada de qué preocuparse. Una falsa sonrisa y un suave “pues sí”, fue mi única respuesta. Agradecí la atención prestada y salí de nuevo a enfrentarme a la ciudad.
Ya me dirigía a tomar la ruta de regreso a casa, cuando una suave brisa me acarició y ese olor a mar, me hizo el llamado. Estando tan cerca, no puedo irme sin ver el mar, sin pisar la playa, así que me devolví y tomé el rumbo que mi corazón me indicaba. Eran las 5 de la tarde, y el sol estaba todavía en su esplendor pero ya con ganas de irse a dormir. Llegué y me senté en un pedazo de madera que encontré, fijé mis ojos en el horizonte y empecé a hablar con él (el mar). Sus olas me pedían que les contara mi tristeza. Así que decidí abrir mi corazón y sacar todo eso maluco que me atormentaba, que se quería robar mi felicidad. Le regalé mis miedos y temores, mis frustraciones e inseguridades, cualquier rencor pasado que aprisionaba, las ilusiones rotas, los corazones partíos, las heridas del ayer, los desaires recibidos, los amores que no fueron, los proyectos cancelados, los celos que me ciegan y no me dejan querer libremente, y mientras lo hacía, mis lágrimas saladas se juntaron con sus aguas y se volvieron mar, se fueron.
Fue un momento de entera conexión con mi mar adorado, con ese mar Caribe que tanto amo. Miraba al cielo y agradecía a Dios esa maravillosa oportunidad que me daba de poder descargar en el mar, todas esas perturbaciones que me aquejaban, y que en una cita con él, había dejado salir de mi vida. Sin duda, redescubrí que para mí no hay mejor terapia para el alma, que una cita con el mar, mi mar.
Me levanté y me sentí muy liviana. La apretazón del pecho había desaparecido. Sonreí, cerré mis ojos, y suspiré profundamente ese aire limpio que huele a agua salá, arena y sol. Ahora sí, estaba lista para volver a mi mundo. Subí a la ruta y tenía esa sonrisa en el rostro que no se podía desdibujar.
Miraba a mí alrededor, la gente que pasaba, que estaba en la calle. Pensé en muchas cosas, en mi vida, en todo lo que tengo para ser feliz y que muy poco aprovecho. Pensaba en los problemas de esas personas, en la tristeza que reflejaban algunas en sus rostros, miraba a ese pobre vendedor que en todo el día no había podido vender mucho y su rostro desesperado porque ya la noche caía. Miré al mendigo acostado contra un muro, pidiendo un poco de caridad a quienes pasaban. Me miraba a mí misma, y me daba cuenta de lo afortunada que soy, por tener todo lo que tengo. Y en lo boba que soy a veces, cuando me dejo agobiar por pendejadas y cosas que tienen solución.
Para finalizar el día, mi madre me invitó a comer uno de mis helados favoritos en el Caribe Plaza, mi Yoguen Früz. Cuando me reuní con ella, mi cara era otra. Saboreé el helado como si nunca me hubiese comido uno y me prometí a mí misma, no dejarme decaer fácilmente, ante cosas tan sencillas, que pueden complicar la vida un ratico, pero siempre hay que saber actuar para no dejarse llevar por las circunstancias y lograr salir victoriosa de los conflictos.
Después de todo, mi día no fue tan malo. Hoy aprendí muchas cosas, o más bien, recordé esas cosas que la vida nos enseña pero que pronto olvidamos y no ponemos en práctica. Y entonces, se me vino a la mente esa canción del grupo Niche que dice “Hay cosas bonitas, que con los ojos no vemos y que por dentro llevamos pero no lo sabemos”. Hagamos lo que diga el corazón. Y me acordé de él.
Ya decía yo que ese dejo a lo betachan debía tener alguna razón. Me alegra que hayas encontrado ese momento de contacto con tu yo interior y espero que te haya regañada, te haya dicho que no te dejes caer fácilmente.
ResponderEliminarRecuerda que la pelota esta ahí, depende pa donde la patees te dará alegria o tristezas; deja de meterte autogoles y sonríe, sonríe tanto que llores que siempre tus lagrimas sabran a ese mar que amas tanto
Graciassssss...!!!! jejejeje si si si, estoy con el lema "penas penas, salgan de mi pecho de alegría me quiero vestir, penas penas, a volar al viento, quiero ser libre, alegre y feliz..."
ResponderEliminarMuy buen post, por lo general cuando uno tiene esa revoltura interior suelen salir cosas muy buenas, y aunque un tanto personal, es un reflejo de lo que todos podemos llegar a sentir en determinado momento... pilas para adelante...no te dejes caer
ResponderEliminar